PRESENTACION
Todo comenzó cuando me vine a vivir a Tokyo por un período de seis meses. El mundo en el que aterricé era tan distinto al mío, que las cosas que descubría bien valía la pena compartirlas. Como afortunadamente cuento con mucha gente con la cual hacerlo, y no quería escribir tantas veces lo mismo, es que decidí enviar en correos masivos estas cuestiones. Al final resultó que los destinatarios se entusiasmaron con mis historias animándome a seguir escribiendo, y hasta algunos las compartían con más personas. Es por eso que decidí hacer este blog.
En los distintos capítulos del mismo se advertirá el uso del lunfardo. El lunfardo (para los que no lo conocen) es un dialecto de la región de Buenos Aires nacido a fines del siglo XIX caracterizado por invertir el orden de las sílabas de una palabra, por empezar y terminar una oración de la misma manera, por omitir las eses en algunos plurales (esto quizás sea más actual), y hasta por crear palabras nuevas influenciadas por los distintos idiomas que los inmigrantes trajeron a este país. Este dialecto fue utilizado en estas crónicas para darles un aire más criollo al relato, de manera que mis seres queridos se sintieran dentro de mi piel a medida que viajaba por Japón, acercándolos un poco más a estos ojos curiosos que no paraban de asombrarse frente al extraño mundo que se les presentaba.
Espero que disfruten leyendo estas historias tanto como yo disfruté escribiéndolas. Cualquier comentario o sugerencia será bien recibido. Aclaro que todas las fotos publicadas en este blog (incluyendo muchas en las que aparezco, ya que usé trípoder) fueron tomadas por mí.
Un abrazo desde Tokyo,
Hernán Brusa
Capítulo XVI
Y se vino el último capítulo nomás, ¡quién lo hubiera dicho meses atrás! ¡¡Qué tiempos aquellos!! ¡¡¡Jajaaa!!! La cosa es que vengo desde hace días dándole vueltas al asunto y no sé ni cómo empezar. Pasa que desde que llegué me cambió tan bruscamente el entorno que sentarme a escribir un capítulo de Hernán en Tokyo es como volver atrás reencontrándome con alguien que fui y que ya fue. Pero esta saga merece un buen final, y ustedes más todavía, así que ahí va. Me mando a escribir la última parte sin saber con certeza qué teclas voy a presionar en el próximo párrafo, y a ver qué sapa.
Estando allá escuché en distintas ocasiones ciertas historias acerca de un extraño síndrome que afecta a los argentinos que regresan a su país luego de haber vivido en Japón. Estos sujetos afirmaban que, al tiempo de estar de regreso en su tierra, distintas circunstancias del entorno porteño les provocaban la necesidad impaciente de piantarse de vuelta para allá. Se quejaban principalmente del "salir a la calle", la inseguridad, el caos, la agresividad de la gente en general, los que te manguean un cobre en cada esquina, etc, etc. Daba que pensar. En mi caso, y para mi sorpresa, el reencuentro con el pago también fue chocante, pero desde un punto de vista ligeramente distinto.
Desde el momento en que decidí volver, a mediados de diciembre (porque estaba la posibilidad de quedarme 10 meses más), me sentía muy contento con el regreso. Allá nunca extrañé demasiado, vivía y trabajaba en lugares muy agradables, rodeado de gente buena onda y haciendo todo el día lo que más me gusta: bailar. Y como si esto fuera poco, una vez por semana me rajaba para alguna playa o montaña. Pero desde el momento en que fui consciente de mi regreso, los recuerdos de mis seres queridos y mis lugares preferidos explotaron de pronto en algún rincón sentimental de mi memoria, y no veía la hora de volver a encontrarlos.
Por fin llegó el día del vuelo. Debo aclarar que fue un viaje medio extraño, ya que salí de Tokyo un viernes a la noche y, después de cruzar de punta a punta el planeta, llegué a Buenos Aires un sábado por la mañana. Es más, hice una escala en Australia desde donde salí un sábado a las 11 AM para llegar a Argentina ¡¡el mismo sábado a las 10 AM!! Qué raro che... llegar una hora antes...
El primer choque con mi país fue térmico, subí al avión con 1 grado de temperatura, con polar y campera de cuero, ¡¡¡y bajé en Bs As con 37 de térmica!!! El típico caldo porteño (ojo que en Tokyo el verano fue más caluroso todavía, pero por alguna razón no se sufrió tanto, como que había más aire). Ya al llegar empecé a notar ciertos aspectos característicos de la Argentina que antes no veía por estar acostumbrado a ellos, pero después de haberme acostumbrado a vivir en otra cultura con otros aspectos, digamos que me desacostumbré y empecé a prestar más atención desde mi desacostumbramiento. La cola en migraciones era larguísima, llegaron dos aviones al mismo tiempo y de los 12 puestos para sellar los pasaportes sólo habían 5 ocupados con empleados trabajando. Durante los 45 minutos que me tuve que morfar en esa cola interminable miraba esos 7 puestos vacíos empezando a sentir en el fondo de la lengua el clásico gustito de la indignación criolla. Luego, al poner las valijas en uno de los carritos y empujarlo para avanzar hacia el ansiado reencuentro, una de las rueditas estaba trabada y tuve que hacer una fuerza bárbara para mantenerlo derecho hasta el estacionamiento. Una vez en el auto, nos dirigimos a la salida. Mi viejo había pagado el ticket a la entrada, así que, a diferencia de otros usuarios que debían detenerse para garpar, supuestamente teníamos que pasar directamente por un lugar donde se acercaba el ticket a una lectora que registraba la línea de barras y seguíamos viaje hacia la ciudad. Pero no. Los autos que frenaban para pagar salían rápidamente a la ruta, mientras que el único lugar por el que pasaban los que tenían ticket estaba atascado y por alguna razón que no llegué a conocer teníamos una cola inmóvil de 20 autos delante nuestro. Después de 10 minutos de bocinazos comenzamos a avanzar, y pude recordar una de las personalidades criollas que realmente no me banco: el colado. Un autito apareció de la nada y se metió en el medio de la cola...
Pero todo esto no son más que detalles anecdóticos a los que ya casi me voy acostumbrando de vuelta. El cambio chocante del que hablaba y que sentí fue interior. Ya en la ruta a la ciudad lo comencé a sentir bajo una especie de sensación de incomodidad que me recorría el cuerpo sutilmente, y no me dejaba disfrutar plenamente del reencuentro. Ya para empezar, Buenos Aires no me agradó, no es que me pidieron plata por la calle o haya vivido alguna situación de inseguridad, simplemente sentí (y sigo sintiendo) que la ciudad no me gustaba. No llegué a durar más de dos noches en la capital, un día bien temprano me rajé para Retiro y me tomé el bondi para Mar del Plata. Así como llegué a la terminal al mediodía, me subí a otro rumbo a Miramar que me dejó en mis queridos Acantilados, donde bajé directamente a la playa y me tiré de zabiola al mar. Pero a pesar de los hermosos días de playa que estaban haciendo y de los suculentos asados que me estaba morfando, esta sensación de incomodidad no me los dejaba disfrutar por completo. Intentaba no prestarle atención y tratar de seguir disfrutando de mi familia, mis amigos, mi lugar, pero no lo lograba. Esto duró el interminable tiempo de varios días.
Hasta que una vuelta me fui a ver el atardecer al borde del acantilado. Me senté en el pasto a admirar el mar, el sol a mis espaldas se escapaba del cielo al tiempo que bandadas de gaviotas lo surcaban sobre mí internándose en el océano, y de a poco comencé a respirar un poco más hondo. Cuando el sol se ocultó y comenzó la danza de los púrpuras me puse a caminar por entre los pequeños bosques del precipicio disfrutando de ese mágico momento del anochecer en que el día se da por vencido y la luz se va volviendo difusa creando una atmósfera misteriosa. Caminé entre los árboles hasta que la oscuridad fue tan espesa que ya no se podía ver nada, entonces me acerqué a la ruta y caminé por su vera (la ruta 11 que une Mar del Plata con Miramar bordeando los acantilados es de las más bellas que he visto). La noche era profunda y estrellada ya que la luna todavía no había salido. Cuando ningún auto pasaba a interrumpir la armonía del lugar y quedaba inmerso en la oscuridad recién nacida, acompañado por los bosques a ambos lados de la ruta, la sinfonía del mar que todo lo abarcaba y el cielo estrellado más imponente que vi en los últimos 6 meses, sentía que mis poros se abrían y mi conciencia física ocupaba un espacio cada vez mayor que el que mi piel limita. Y por fin me reencontré conmigo mismo, la extraña sensación desapareció y me sentí liberado.
Cuando después de hora y media llegué al camino de tierra por el que tenía que agarrar para llegar a la casa de un amigo que por ahí vivía, hice una pausa para descansar sentándome nuevamente al borde del acantilado. Y justo, exactamente, precisamente en ese momento, la luna comenzó a salir del mar. Una bola amarilla emergía lentamente desde el océano saludándome con un reflejo dorado que surcaba las olas hasta llegar a mí. Mi sonrisa no podía ser más amplia. Y la frutilla del postre: al llegar a la casa de mi amigo, el asado estaba listo...
Ya estoy de vuelta, ya soy yo. Estoy en Argentina, el viaje terminó.
Sección Cosas Que Me Llaman La Atención:
1- Los huevos. Las yemas son de un amarillo muy pálido, a diferencia de allá que son de un naranja intenso. Imagino que será por las porquerías con que alimentan a las gallinas acá...
2- El papel higiénico. Acá es bastante más angosto que allá. Por el espacio que queda vacío sospecho que en algún momento lo achicaron sin que nadie se entere. La clásica manera tramposa de aumentar precios sin que nos demos cuenta.
3- Los decibeles. El ruido que hay en Buenos Aires a veces es enloquecedor. En Tokyo hay mucho tráfico también, más que acá a pesar de que no se note por estar más ordenado, ¡¡pero los bondis de allá no hacen el quilombo que hacen acá!! Ni tampoco hay adicción al bocinazo...
3- El día que llegué a la Argentina, por el tremendo calor que estaba haciendo me fui en tren directo para el delta. Que el mismo estuviera muy sucio y roto la verdad que no me llamó la atención, pero cuando lo ví llegar a la estación y vi al maquinista detrás de un parabrisas roto por dos cascotazos... ¡¡Parááá!!
Diccionario de Americanismos:
Acondicionador de Aire: Aire Acondicionado (air conditioner)
Parque de Disney: Disneylandia (Disneyland)
Emparedado: Sánguche (Sandwich)
Gracias a todos por haberme acompañado en este viaje tan especial. Ojalá haya otro, les prometo que van a volver a viajar conmigo.
Hernán en Buenos Aires
PD: ¡Adjunto fotos de los Acantilados!
Traducciones del lunfardo:
Piantarse: Escaparse
Manguean: Piden
Cobre: Moneda
Rajaba: Escapaba
Che: Expresión argentina usada al comunicarse con otro
Morfar: Aguantar
Viejo: Padre
Garpar: Pagar
Rajé: Escapé
Bondi: Colectivo, Autobús
Zabiola: Comiendo
Morfando: Comiendo
Vuelta: Ocasión
Capítulo XV
¡Y llegó la número 15 nomás! Difícil de creer, pero ya me quedan tres días en Japón. La gente acostumbra decir que el tiempo pasa volando. Bueno, eso depende. Depende de cuán aburridas sean sus vidas, porque les aseguro que si viven a lo "Hernán en Tokyo", el tiempo dejará de ser arena que se escapa de entre los dedos ¡jajaa! Es que a mí me parece que estoy hace mucho más de seis meses acá, tantas fueron las cosas que hice y que viví. Recuerdo mis primeras épocas en esta opuesta ciudad y se me hace lejísimos. Ahora el asunto está en aprender de ello, y que me pase lo mismo en Argentina, ¿no? (O en Aruzenchin, como le dicen a nuestro país acá).
Me pongo a pensar si en algo he cambiado después de haber estado viviendo tanto tiempo en un lugar tan lejano y distinto, y no estoy seguro de qué responderme. Creo que esa respuesta la voy a encontrar cuando esté de regreso y poco a poco me vaya topando con el fantasma del que yo era cuando vivía allá. Ustedes probablemente lo verán mejor que yo, y espero que me lo digan. Lo que sí puedo decir, es que en Japón descubrí cuál es mi lugar en el mundo (por lo menos hasta ahora): los Acantilados del Sur de Mar del Plata. También puedo decir que retorna un Hernán completamente adicto a los panqueques, y eso que acá no tengo batidora y allá sí. No pasa una mañana sin que me ponga a sacudir el antebrazo preparando la masa, ¡qué loco! Pero qué rrricos...
También tengo que admitir que el Hernán que regresa ya no es abstemio. Tanto tiempo sin tomar una gota de alcohol, tantas fiestas que hubieron acá donde todos se mamaban y yo tomaba agua, y en la anteúltima semana vengo a descubrir el sake. Lo descubrí casi de casualidad, como yo no tomaba, nunca me interesó probarlo, pero conocí un italiano que una noche me dijo de ir a un bar a tomar sake y agarré viaje. Para qué. Me pareció delicioso. Está preparado con arroz fermentado, y es como una bebida blanca pero mucho más suave. Nos tomamos tres botellas. Esa noche volví a mi departamento en la bici haciendo zigzag completamente sacado escuchando el disco Animals de Pink Floyd. Y al llegar me equivoqué de departamento y cuando caí en la cuenta estaba forzando la cerradura de otra casa ¡jajaa!
El sábado fue mi Sayonara, hicimos la milonga de despedida. Vino un montón de gente a saludar y ver mi última exhibición. Obviamente, en la heladera, tenía mi botella de sake esperando que termine el show para abrirla. Una vez que bailé y ya no había necesidad de tener un buen equilibrio y los reflejos atentos me entregué a mi última fiesta en Japón. Vino el italiano también, para qué. Cada tanto uno bajaba a comprar otra botella. Cuestión que terminó la milonga y nos quedamos bailando salsa y rock and roll hasta que no nos dieron más las patas, y después se armó la guitarreada, a los gritos cantando temas de Rock Argentino y de John Lennon. Cuando me quise acordar eran las 4.30, y resulta que al domingo siguiente tenía planeado visitar una nueva montaña y me pensaba despertar a las 7.30. Y yo, cuando hay una montaña por delante, no hay fuerza en el mundo capaz de detenerme. Me desplomé en un sillón del estudio tratando de mentalizarme en lo que iba a hacer al día siguiente y puse el despertador para dormir unas tres horas.
Pero cuando instantes después el reloj sonó parecía que había dormido 5 minutos. Me paré, me hice un té y salí. El té lo tomé en unos minutos, ¡pero tardé como 20 en hacerlo! Es que el cerebro no me funcionaba, iba de un lado para otro sin saber qué buscaba... Por suerte al salir a la calle el aire frío me pegó en la cara y me despertó. Resultó ser una montaña un tanto turística, nada del otro mundo me sucedió, pero fueron incomparables las vistas de Tokyo y de Fuji-san desde allá arriba. Eso sí, cuando llegué a la punta, después de años me pegó la resaca. Quedé tirado al sol roncando entre los ponjas que comían sus viandas. Al bajar tomé por otro camino menos transitado y pasé por unos lugares con nieve. (Dicho sea de paso, sigo manteniendo la esperanza de que nieve antes de que me vaya porque, aunque no lo crean, sólo ví nevar una vez en mi vida).
Hace ya algunas semanas que fui a visitar Odaiba, que vendría a ser el Puerto Madero de Tokyo. Está situada en el barrio de Minato-ku, que para que se den una idea, sólo ese barrio de Tokyo genera la misma cantidad de dinero que toda la Argentina... (Va otro dato estadístico quizás demasiado abstracto, pero sorprendente: la tierra de Tokyo, en total, tiene el mismo valor que toda la tierra de Brasil, el país más grande de América del Sur... Digamos que se podría cambiar Brasil por Tokyo hablando en términos del valor de su territorio...) Ya para llegar viajé en un tren súper moderno que iba a la altura del quinto piso de los edificios y cruzó el río con unas vistas muy panorámicas. Por suerte llevé trípode porque las luces estaban para fotos nocturnas, y además, mientras estaba recolgado haciendo tomas, de pronto y para mi sorpresa explotó un show de agua y luces de una calidad que nunca antes había visto. Resultó ser una playa frente a Tokyo en la cual llegué a una interesante conclusión. El lugar era bien oscuro, había caminos junto a la arena entre los árboles con muy poca luz, muchas parejas hasta ahí se acercaban a hacerse mimos. Me imaginé que un lugar así en Buenos Aires era ideal para el choreo, y que nadie en su sano juicio llevaría a su novia. Pero entonces caí en la cuenta de que los ponjas "se portan bien", esa sea quizás la principal diferencia con nuestra sociedad. Nadie se mete con nadie, cada uno en la suya sin ocurrírsele joder al de al lado. Eso, sumado a la sorprendente tecnología que han alcanzado, y a que su sistema funciona, nos podría llevar a pensar que (encima después de perder una guerra donde los cagaron a cascotazos y quedaron en ruinas) han descubierto y logrado formar una sociedad ideal. Pero ningún lugar en este mundo está exento de contradicciones, porque a pesar de lo maravilloso que vivir en una sociedad así nos pueda parecer, son los tipos más infelices de la tierra (llevar la más alta tasa de suicidios del mundo ya lo demuestra). Son tan introvertidos que constantemente evitan tocarse y mirarse a los ojos. Dos amigos para encontrarse, deben acordarlo con semanas de anticipación, no existe levantar el tubo para llamar a un gomía y salir a tomar una cerveza. Y algo que no puedo terminar de creer es que en los matrimonios, después de tener hijos, inmediatamente dejan de tener sexo. Eso pasa en muchos matrimonios del mundo, pero acá parece que es algo generalizado... Viendo esta sociedad que desde afuera parece perfecta pero desde adentro no lo es, me pregunto: ¿Dónde estará la solución a los tremendos quilombos de la raza humana? ¿Algún día los alcanzaremos?
No puedo escribir un capítulo en el que no haya una anécdota en la que dé la nota. Tengo un alumno, Michel, un francés de unos 50 y pico de pirulos muy personaje, que tiene una moto gigante. El otro día le dije (en inglés, obvio):
"Che Michel, antes de que me vaya traete un casco de más y llevame a dar unas vueltas en tu moto".
"Bueno", contesta, "el viernes vamos a bailar salsa".
El viernes después de la milonga bajamos, me pongo el casco, unos guantes de cuero que me trajo y me acerco a su máquina. Era enorme (950cc), y yo que siempre evité subirme a motos para cuidarme las piernas no sabía cómo subirme tan alta que era. Paso la pata por arriba pero del otro lado no me había acomodado el pedal, así que reculo y piso el pedal de mi lado. En el mismo instante en que puse mi peso sobre ese pedal ¡nos fuimos a la mierda Michel, la moto y yo! Quedamos en el piso atrapados y nos costó bastante levantarla de lo pesada que era. Yo me moría de vergüenza, pero lo peor fue cuando nos subimos y la volvió a poner en marcha... "Cla cla cla" hacía. ¡No le entraba la primera! ¡¡Le rompí la moto!! Igual fuimos a bailar salsa, salimos en segunda, y cuando aceleraba yo sentía que me volaba... ¡Qué amargura che, qué ganso que soy! Dice que no le salió muy caro...
Cambiando de tema, de a poco me fui enterando cómo es una conversación formal común entre dos japoneses. Es tanto el respeto que se tienen que literalmente se van al carajo. Para elevar la posición del otro, suelen rebajarse a sí mismos y a su familia hasta el punto de humillarse. Se refieren a su mujer como "Gusai" (esposa boluda), o a sus hijos como "Gusoku" (hijo tonto) o "Tonji" (hijo de puercos). Entonces usando estas palabras u otras que no llegué a conocer rebajan continuamente a su propia familia para elevar la del otro. Qué raros que son che...
Sección Cosas que me Llaman la Atención:
1- Los camiones de basura son chiquitos, y durante la noche pasan a cada rato sin interrumpir el tráfico. El mismo chofer que lo maneja es el que para y baja a levantar las bolsas.
2- En las horas pico de los subtes, hay un vagón rosa exclusivo para mujeres. Es que parece que entre los ponjas, más allá de lo formales y respetuosos que son, hay un alto nivel de pajeros que con el subte lleno aprovechan para meter mano y apoyar a las mujeres. Por eso tuvieron que tomar esa medida, que realmente me sorprende porque no me los imagino. Grande fue mi incomodidad cuando cierto día y sin saberlo, subí a un vagón rosa. A pesar de lo distraído que iba escuchando mis lecciones de japonés, enseguida me empecé a sentir incómodo. ¡Claro, todas las minas del vagón me miraban con una cara de orto bárbaro! A la siguiente estación me tuve que cambiar de vagón...
3- ¡¡¡¡Para decir antes usan la misma palabra que para decir adelanteeeee!!!! ¿Cómo puede ser eso posible? Resulta rarísimo para nuestra mentalidad, que para decir antes señalamos para atrás... Pero acá es al revés, para decir antes es como que se sitúan mentalmente en ese momento y señalan para adelante...
4- En los negocios abiertos 24 hs que venden de todo, dentro de la oferta de comidas que venden se pueden encontrar huevos duros envasados por unidad. Muy grande fue mi sorpresa cuando compré un huevito y al pelarlo y probarlo ¡¡¡estaba saladoooooo!!! ¿¿¿Cómo hacen??? Esto ponja...
5- Ya son varios los ponjas que me preguntaron si me hago la permanente... sin palabras...
Diccionario de Americanismos:
Pileta: Puru (pool)
Baño: Toire
Disneylandia: Dizunii Lando
Inglaterra: Iguirisu
Francia: Furansu
Fútbol: Sakaa (Soccer) ¡¡Paráááááá!!
Va un fuerte abrazo y hasta muy pronto...
Hernán
Traducciones del lunfardo:
Se mamaban: se emborrachaban
Sacado: entusiasmado
Choreo: robo
Ponjas: japoneses
Cagaron a cascotazos: les tiraron muchas piedras procedentes de restos de materiales de construcción
Tipos: hombres
Tubo: teléfono
Gomía: amigo
Birra: cerveza
Dé la nota: sobresalga con algo
Y pico: y algo
Pirulos: años
Ganso: estúpido
Boluda: idiota
Pajeros: ligeramente pervertidos en su trato a las mujeres
Cara de orto: de mal humor
Capítulo XIV
Apoyado en la baranda de mi balcón, frente a una selva de palmeras y con el solsito de una tarde invernal entibiándome la cara mientras ustedes duermen o hacen otras cosas, a pesar de todo lo que todavía puedo hacer acá no puedo ignorar la proximidad del fin que ya me saluda desde lejos, pero acercándose. Mi estadía en Japón se está acabando, y por lo tanto esta saga también.
He recibido quejas por esto, varios lectores me reclamaron lamentando el fin de mis aventuras. Incluso hubo quien sugirió "que siga con Hernán en Almagro, Hernán en Plaza Once, o lo que sea". Parece que se ha generado un lazo entre nosotros, esto nunca me había pasado. Las veces que escribía lo hacía para alguien en especial o casi siempre para mí mismo. Pero esta vez hay un público, y de mi lado. Ustedes compartieron conmigo este viaje sin que ninguno de nosotros lo planeara, eso me gusta mucho. Pero a la vez se generó en mí una responsabilidad muy curiosa. Voy a dar un ejemplo. (Sigo ahora desde la computadora, el sol bajó y el frío me mandó patróden).
La semana pasada, por ser fin de año tuve tres días libres. Uno de ellos me volvió a pintar subir una montaña, pero esta vez quería llegar hasta arriba. Investigando por internet lo descubrí a Otake-san, uno de los montes más altos de la zona, también con categoría de "señor". La quería hacer bien, así que me levanté a las 5 AM. Me tomé mi tiempo eso sí para una buena panzada de panqueques con Nutella y nueces, y salí. (No esperen ningún percance, no sean malos). Fueron cuatro trenes hasta una estación entre cerros boscosos, un bondi y un cablecarril. El cablecarril es un vagón
tironeado por un cable de acero que va siempre parriba, en contrapeso con otro en la otra punta del cable que va siempre pabajo. Pero a diferencia del que había tomado hace algún tiempo, este era empinadísimo. Para que se den una idea, el vagón estaba tan inclinado que para caminarlo de punta a punta habían que subir 17 escalones altos. El cable empezó a tironear y el vagón comenzó a avanzar perezosamente por el medio del bosque hacia las alturas del monte Mitake. Una vez ahí arriba, conseguí un mapa medio medio para no ir demasiado en bolas en mi búsqueda de la cima del Otake. El que me dio el mapa me dijo "kioskete" (cuidate) porque parece que es fácil resbalarse y ponerse el palo. Emprendí el camino por un sendero entre bosques fabulosos, pero a los 5 minutos alcancé a un grupo de ponjas medio veteranos con todo el equipo de trekking, hasta los bastones tenían de no sé qué marca. En el mapa habían tres caminos para subir, uno bordeando un arroyo, uno que vendría a ser el más directo y me había recomendado el del mapa, y un tercero que antes pasaba por dos picos más y que no estaba identificado en el susodicho plano. Ahí nomás llegamos a la bifurcación y me paré para ver por dónde pasaban ellos. Agarraron por el camino más directo, así que agarré el que iba para el arroyo. Grande fue mi sorpresa al comprobar que empezaba a descender. Subiendo una montaña eso no debía ser bueno, pensé, pero al llegar a un curso de agua entre piedras cubiertas de musgo surcando distintos bosques me di cuenta de que había elegido el mejor camino. Por suerte fui bien abrigado porque a pesar del sol hacía mucho frío, a los costados del camino la humedad de la tierra estaba congelada en forma de extraños cristales.
Pero cometí un error, transpiré. Cuando el camino inevitablemente
comenzó a subir le metí pata, parando cada tanto cuando no daba más, y transpiré. Me acordé de los esquimales, que durante sus travesías por el hielo caminaban despacio y nunca llegaban a cansarse, porque si sudaban la transpiración en cuestión de segundos se les convertía en una camisa de hielo y morían congelados. Bueno, yo no me congelé, pero para cuando mi camino se juntó con el otro y la subida se calmó, mi camiseta estaba toda mojada. Y estaba muuuy fría. Por más que apretara la ropa contra mi cuerpo y que tratara de cerrar bien todas las entradas de aire, mi camiseta empapada era un camisón de hielo. No me quedaba otra que seguir caminando, porque si paraba el frío se sentía más. Por un rato anduve caminando, no digo horizontal pero sí subiendo la bajadita. Pero después la cosa se volvió a poner abrupta y no paraba de subir. Yo había leído que era escarpado, ¡pero no imaginé que la cosa era pa tanto che!
Bueno, cuestión que después de 2 horas y media de subida llegué a la cima. La vista desde arriba era indescriptible, hasta el Fuji se veía a lo lejos. Ahí encontré varios ponjas morfando. Cada uno llegaba, pelaba un calentadorsito y se cocinaba el almuerzo. ¡Qué producción! Yo apenas si llevé una pequeña provisión de nueces, pasas de uva y chocolate amargo, lo necesario para darme energías para un día de caminata. Ahí arriba me senté al sol y me abrí la ropa para que de a poco se me fuera secando el pecho. Fue entonces cuando por primera vez sentí la responsabilidad a la que quería llegar:
"Che, esto está muy lindo, pero no me está sucediendo nada raro. ¿Qué les voy a contar a mis lectores después?", pensé.
Como que sentía que si no sucedía nada especial los iba a defraudar, ¡algo inesperado me tenía que pasar! Qué raro que suena esto...
A mi alrededor los japos se entretenían de una manera inusual. Uno sostenía un poquito de comida en la mano y ahí paradito se quedaba con el brazo extendido, estático. Y los demás a su alrededor con unas cámaras que no se podían creer, con trípode y todo, esperando a que llegue un pajarito chiquitito y gordito a comer entre sus dedos para fotografiarlo. Así todo el tiempo que estuve en las alturas.
Sintetizando, la cosa es que era un camino mucho más largo y con subidas y bajadas, la última de las cuales fue interminable, unos 45 minutos de descenso abrupto por escalones formados por las raíces de los árboles que me hicieron llegar a sentir alfileres en las rodillas con cada flexión. Y ahora llegamos al momento al que quería llegar. De pronto, en medio de la espesura, empecé a escuchar rugidos. Parecían producidos por un animal con la boca cerrada, como un perro gordo gruñiendo. Me quedé bien quieto y casi sin respirar tratando de averiguar qué eran, quién los hacía, de dónde venían.
Pero no llegué a sentir miedo, ese instintivo y antiguo sentimiento quedó eclipsado por una emoción provocada al surgir un pensamiento que llenó mi mente. ¡Pensé en ustedes! Mi integridad física podía estar en peligro y yo esperaba con ansiedad el inminente momento del desenlace en que se produjera la nueva anécdota que iba a entretener a mis queridos lectores. ¡¡Qué locura pordió!! ¡¡En lo que me han convertido jajaaa!! Al final el sonido cesó y yo tiré un par de piedras entre los matorrales para ver si la bestia salía y no
pasó más nada, seguí mi forzosa bajada con la duda de si había estado a punto de cruzarme con otro jabalí o me había paranoiqueado con el ruido de una moto haciendo eco entre las montañas. Obviamente mis pobres piernas quedaron tan doloridas que el día siguiente me lo pasé en el baño de inmersión...
Cambiando de tema, por primera vez estoy un año nuevo tan lejos de casa. Pasó sin penas ni gloria. Por una semana Tokyo quedó vacía. Pero eso sí, la noche del 31 hubo joda. Después de la cena nos fuimos todos a una salsera con la idea de bailar toda la noche en un barrio donde se concentran los boliches. Grande fue mi desagrado cuando, dentro del lugar, la cantidad de gente era tal que no se podía ni respirar. No aguanté más de cinco minutos parado entre el apretujes de gente sin poder llegar a la barra ni a los lockers para dejar la campera.
"Me voy muchachos, que empiecen bien el año", dije asomando la cabeza entre las cabezas y me fui.
Por la calle me llamó la atención (y me hizo reír) que, en cada esquina, llegué a contar siete policías con la espada de la guerra de las galaxias y el pito en la boca indicando a los peatones cuándo y cómo cruzar, a pesar de que habían semáforos para ello. Un operativo policial de la hostia. Eso sí, en una cultura tan cercana a la que inventó la pólvora, al dar las doce no escuché ni un chasqui boom. Aunque tampoco hubo un sólo herido en la ciudad...
Cosas que me llaman la atención:
1- Después de tanto tiempo me acabo de dar cuenta de una cosa. ¡La
yuta no usa bufo! Qué raro che... Eso sí, tienen unos palos gordos de metro y medio de largo, imagino entonces que sabrán artes marciales, y al pobre que agarran con uno de esos lo dejan como pollo al spiedo.
2- Los pocos que tienen perro, cuando los sacan a pasear en vez de
llevar una bolsita para juntar los desperdicios llevan como una red
con manija, entonces cuando el rope se agacha le ponen el embudo
en el toor y el tereso queda atrapado in fraganti. ¡¡¡Paráááá!!!
3- ¡¡¡En cinco meses y medio nunca toqué un perro!!!
El Diccionario de Americanismos esta vez brillará por su ausencia. Por favor perdónenme...
¡Un fuerte abrazo!
Hernán