Capítulo XVI












Y se vino el último capítulo nomás, ¡quién lo hubiera dicho meses atrás! ¡¡Qué tiempos aquellos!! ¡¡¡Jajaaa!!! La cosa es que vengo desde hace días dándole vueltas al asunto y no sé ni cómo empezar. Pasa que desde que llegué me cambió tan bruscamente el entorno que sentarme a escribir un capítulo de Hernán en Tokyo es como volver atrás reencontrándome con alguien que fui y que ya fue. Pero esta saga merece un buen final, y ustedes más todavía, así que ahí va. Me mando a escribir la última parte sin saber con certeza qué teclas voy a presionar en el próximo párrafo, y a ver qué sapa.

Estando allá escuché en distintas ocasiones ciertas historias acerca de un extraño síndrome que afecta a los argentinos que regresan a su país luego de haber vivido en Japón. Estos sujetos afirmaban que, al tiempo de estar de regreso en su tierra, distintas circunstancias del entorno porteño les provocaban la necesidad impaciente de piantarse de vuelta para allá. Se quejaban principalmente del "salir a la calle", la inseguridad, el caos, la agresividad de la gente en general, los que te manguean un cobre en cada esquina, etc, etc. Daba que pensar. En mi caso, y para mi sorpresa, el reencuentro con el pago también fue chocante, pero desde un punto de vista ligeramente distinto.

Desde el momento en que decidí volver, a mediados de diciembre (porque estaba la posibilidad de quedarme 10 meses más), me sentía muy contento con el regreso. Allá nunca extrañé demasiado, vivía y trabajaba en lugares muy agradables, rodeado de gente buena onda y haciendo todo el día lo que más me gusta: bailar. Y como si esto fuera poco, una vez por semana me rajaba para alguna playa o montaña. Pero desde el momento en que fui consciente de mi regreso, los recuerdos de mis seres queridos y mis lugares preferidos explotaron de pronto en algún rincón sentimental de mi memoria, y no veía la hora de volver a encontrarlos.

Por fin llegó el día del vuelo. Debo aclarar que fue un viaje medio extraño, ya que salí de Tokyo un viernes a la noche y, después de cruzar de punta a punta el planeta, llegué a Buenos Aires un sábado por la mañana. Es más, hice una escala en Australia desde donde salí un sábado a las 11 AM para llegar a Argentina ¡¡el mismo sábado a las 10 AM!! Qué raro che... llegar una hora antes...

El primer choque con mi país fue térmico, subí al avión con 1 grado de temperatura, con polar y campera de cuero, ¡¡¡y bajé en Bs As con 37 de térmica!!! El típico caldo porteño (ojo que en Tokyo el verano fue más caluroso todavía, pero por alguna razón no se sufrió tanto, como que había más aire). Ya al llegar empecé a notar ciertos aspectos característicos de la Argentina que antes no veía por estar acostumbrado a ellos, pero después de haberme acostumbrado a vivir en otra cultura con otros aspectos, digamos que me desacostumbré y empecé a prestar más atención desde mi desacostumbramiento. La cola en migraciones era larguísima, llegaron dos aviones al mismo tiempo y de los 12 puestos para sellar los pasaportes sólo habían 5 ocupados con empleados trabajando. Durante los 45 minutos que me tuve que morfar en esa cola interminable miraba esos 7 puestos vacíos empezando a sentir en el fondo de la lengua el clásico gustito de la indignación criolla. Luego, al poner las valijas en uno de los carritos y empujarlo para avanzar hacia el ansiado reencuentro, una de las rueditas estaba trabada y tuve que hacer una fuerza bárbara para mantenerlo derecho hasta el estacionamiento. Una vez en el auto, nos dirigimos a la salida. Mi viejo había pagado el ticket a la entrada, así que, a diferencia de otros usuarios que debían detenerse para garpar, supuestamente teníamos que pasar directamente por un lugar donde se acercaba el ticket a una lectora que registraba la línea de barras y seguíamos viaje hacia la ciudad. Pero no. Los autos que frenaban para pagar salían rápidamente a la ruta, mientras que el único lugar por el que pasaban los que tenían ticket estaba atascado y por alguna razón que no llegué a conocer teníamos una cola inmóvil de 20 autos delante nuestro. Después de 10 minutos de bocinazos comenzamos a avanzar, y pude recordar una de las personalidades criollas que realmente no me banco: el colado. Un autito apareció de la nada y se metió en el medio de la cola...

Pero todo esto no son más que detalles anecdóticos a los que ya casi me voy acostumbrando de vuelta. El cambio chocante del que hablaba y que sentí fue interior. Ya en la ruta a la ciudad lo comencé a sentir bajo una especie de sensación de incomodidad que me recorría el cuerpo sutilmente, y no me dejaba disfrutar plenamente del reencuentro. Ya para empezar, Buenos Aires no me agradó, no es que me pidieron plata por la calle o haya vivido alguna situación de inseguridad, simplemente sentí (y sigo sintiendo) que la ciudad no me gustaba. No llegué a durar más de dos noches en la capital, un día bien temprano me rajé para Retiro y me tomé el bondi para Mar del Plata. Así como llegué a la terminal al mediodía, me subí a otro rumbo a Miramar que me dejó en mis queridos Acantilados, donde bajé directamente a la playa y me tiré de zabiola al mar. Pero a pesar de los hermosos días de playa que estaban haciendo y de los suculentos asados que me estaba morfando, esta sensación de incomodidad no me los dejaba disfrutar por completo. Intentaba no prestarle atención y tratar de seguir disfrutando de mi familia, mis amigos, mi lugar, pero no lo lograba. Esto duró el interminable tiempo de varios días.

Hasta que una vuelta me fui a ver el atardecer al borde del acantilado. Me senté en el pasto a admirar el mar, el sol a mis espaldas se escapaba del cielo al tiempo que bandadas de gaviotas lo surcaban sobre mí internándose en el océano, y de a poco comencé a respirar un poco más hondo. Cuando el sol se ocultó y comenzó la danza de los púrpuras me puse a caminar por entre los pequeños bosques del precipicio disfrutando de ese mágico momento del anochecer en que el día se da por vencido y la luz se va volviendo difusa creando una atmósfera misteriosa. Caminé entre los árboles hasta que la oscuridad fue tan espesa que ya no se podía ver nada, entonces me acerqué a la ruta y caminé por su vera (la ruta 11 que une Mar del Plata con Miramar bordeando los acantilados es de las más bellas que he visto). La noche era profunda y estrellada ya que la luna todavía no había salido. Cuando ningún auto pasaba a interrumpir la armonía del lugar y quedaba inmerso en la oscuridad recién nacida, acompañado por los bosques a ambos lados de la ruta, la sinfonía del mar que todo lo abarcaba y el cielo estrellado más imponente que vi en los últimos 6 meses, sentía que mis poros se abrían y mi conciencia física ocupaba un espacio cada vez mayor que el que mi piel limita. Y por fin me reencontré conmigo mismo, la extraña sensación desapareció y me sentí liberado.

Cuando después de hora y media llegué al camino de tierra por el que tenía que agarrar para llegar a la casa de un amigo que por ahí vivía, hice una pausa para descansar sentándome nuevamente al borde del acantilado. Y justo, exactamente, precisamente en ese momento, la luna comenzó a salir del mar. Una bola amarilla emergía lentamente desde el océano saludándome con un reflejo dorado que surcaba las olas hasta llegar a mí. Mi sonrisa no podía ser más amplia. Y la frutilla del postre: al llegar a la casa de mi amigo, el asado estaba listo...

Ya estoy de vuelta, ya soy yo. Estoy en Argentina, el viaje terminó.

Sección Cosas Que Me Llaman La Atención:

1- Los huevos. Las yemas son de un amarillo muy pálido, a diferencia de allá que son de un naranja intenso. Imagino que será por las porquerías con que alimentan a las gallinas acá...

2- El papel higiénico. Acá es bastante más angosto que allá. Por el espacio que queda vacío sospecho que en algún momento lo achicaron sin que nadie se entere. La clásica manera tramposa de aumentar precios sin que nos demos cuenta.

3- Los decibeles. El ruido que hay en Buenos Aires a veces es enloquecedor. En Tokyo hay mucho tráfico también, más que acá a pesar de que no se note por estar más ordenado, ¡¡pero los bondis de allá no hacen el quilombo que hacen acá!! Ni tampoco hay adicción al bocinazo...

3- El día que llegué a la Argentina, por el tremendo calor que estaba haciendo me fui en tren directo para el delta. Que el mismo estuviera muy sucio y roto la verdad que no me llamó la atención, pero cuando lo ví llegar a la estación y vi al maquinista detrás de un parabrisas roto por dos cascotazos... ¡¡Parááá!!

Diccionario de Americanismos:

Acondicionador de Aire: Aire Acondicionado (air conditioner)

Parque de Disney: Disneylandia (Disneyland)

Emparedado: Sánguche (Sandwich)

Gracias a todos por haberme acompañado en este viaje tan especial. Ojalá haya otro, les prometo que van a volver a viajar conmigo.

Hernán en Buenos Aires

PD: ¡Adjunto fotos de los Acantilados!

Traducciones del lunfardo:

Sapa: Pasa
Piantarse: Escaparse
Manguean: Piden
Cobre: Moneda
Rajaba: Escapaba
Che: Expresión argentina usada al comunicarse con otro
Morfar: Aguantar
Viejo: Padre
Garpar: Pagar
Rajé: Escapé
Bondi: Colectivo, Autobús
Zabiola: Comiendo
Morfando: Comiendo
Vuelta: Ocasión


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